Menos tu (-)
Maria Alejandra Bellorin Castañeda
Una brisa fría y silenciosa invade la sala, sé que proviene del único espacio posible; las rendijas de la ventana de barrotes. La luz sigue escondida tras la llanura, solo nos ilumina la flama alta del velón ya casi derretido. Una inexplicable atmósfera llena el espacio, un engaño de calma; pero no me fio, no tengo tiempo. Corro y el sonido de mis sandalias al contacto con la laja replican fuertemente en el espacio, llego al baño y tiro de la cadena del inodoro esperando que el agua quede completamente transparente sin ninguna mancha en ella. Regreso a la habitación e inmediatamente retiro la sábana desde las esquinas, la amontono hasta formar una bola. En el lavandero, la sumerjo apresuradamente en el ponche de agua lleno de sobrantes químicos. Me permito calmar mi respiración unos segundos mientras seco el sudor de la cara con el dorso de la mano; pero de inmediato escucho voces en la ventana trasera, la única ventana, corro de regreso al interior de la casa.
—¡Sí, Sí señor, ya llegó, ya llegó! ¡Oh Aláamdu lillâh!, ¡Aláamdu lillâh!
En la sala y frente a la ventana encuentro a Noor parada en la silla de madera con sus manitas sobre el espaldar. Mi cuerpo se tensa de pies a cabeza.
—Noor, adentro— mi voz es un ejemplo de firmeza, un contraste engañoso, suficiente para que mi hija entienda y regrese a nuestra habitación dando saltitos con sus pies descalzos. Me acerco lentamente a la ventana de barrotes y bisagras de madera, aun así, puedo distinguir a qué hombre de turbante pertenece esa mirada fría y el mensaje implícito detrás de ella.
Me dirijo al cuarto arrastrando los pies y veo a Noor sentada y ya vestida como la niña más obediente e independiente que siempre ha sido.
—Madre, ¿Cuál de todos crees que será?, ¿el negro azabache que tanto te piden o uno de los estampados que siempre usas?, ¿me veré tan hermosa como tú?, ¿ya podré salir y comparar con otras tus diseños, Madre?
Termino de trenzar su largo cabello hasta la cintura y me levanto de la cama siguiendo solo lo que dice mi cuerpo.
—Ya es tiempo.
A través del pasadizo subterráneo, llegamos a la habitación donde los focos amarillos titilan y la arena flota en el aire como polvo por nuestra llegada. Al fondo una ventana grande de barrotes y rendijas, la típica en cualquier estancia donde esté una mujer. En la habitación reconozco a Dalilah, mi compañera y a cuatro brehomes con turbantes que, de forma simbólica, se encuentran de espaldas a nosotras pero claramente atentos a todos los sonidos que generemos. Dalilah me espera con la ya tan conocida caja bordada de la nación. Suelto la manita de Noor mientras recojo “el presente” de sus manos sin anulares. Tiene una pequeña tarjeta.
Para: Mi Noor
Retiro la tapa lentamente y dejo que mis dedos pasen por la tela traslúcida tan conocida por mis manos que, ahora, tiemblan disimuladamente. Me coloco en cunclillas.
—Mujer, paso al frente.
Noor desvía la mirada de la caja hacia mí, evito su contacto visual para intentar concentrarme y hacer lo que he hecho por años. Tomo el velo y lo dejo caer suavemente sobre su cabeza, procedo a tapar todo su cabello, su pequeño cuerpo y por último sus ojos, ojos que me dan una última mirada antes de esconderse.
Cuando ya he terminado y luce tal cual la estética de Caída de Burka debe ser, tomo su manita ya envuelta en tela y me paro firme sabiendo lo que vendrá a continuación, deseando que solo se hubiera quedado en ese paso.
En ese momento se oye la puerta del fondo abrirse con un fuerte rechinido, reconozco al hombre barbudo y gordo que ingresa. Sé que tiene a sus seis mujeres detrás de él, no necesito buscarlas con la mirada porque sé que están allí. Noto como sucede todo gracias al reflejo de sus ojos.
Nuestros velos que años atrás eran un símbolo de modestia, decisión propia, amor a la palabra de Allah y de orgullo por pertenecer a algo tan grande e inmenso como Él. Ahora, son diferentes; gracias a los descubrimientos de camuflaje militar en occidente, cuarenta y ocho años atrás, a la comprensión de los metamateriales, a los estudios de oftalmólogos extranjeros sobre cómo evitar la refracción de las ondas de luz para que, el ojo humano no puede captar los objetos y a los experimentos en materiales de flexión ligero hasta llegar a la tela; nuestros velos hoy, hacen lo que décadas atrás era inimaginable, tal cual capa invisible, nos desaparecen cuando estamos en presencia de hombres. Si esto no ocurre, nos quemarían vivas en un chasquido por ser haram.
Ahora, delante de todos los ojos de la habitación, nuestros velos nos han hecho invisibles.
El mío, el de Dalilah y el primero de Noor..
—¿Madre?— Reconozco de inmediato el creciente miedo en su voz. Ella nunca había visto cómo mi velo funciona fuera de nuestra casa.
—Estoy aquí— Tomo sus dos manos para que me sienta, aunque no pueda verla, conozco su cuerpo.
—¿Dónde estás Madre? No te veo— Su voz se quiebra, siento como su respiración se agita e incrementa fuertemente hasta que, se detiene con un pequeño grito en seco. De inmediato sé lo que ha visto. Un espejo estaba a mi derecha.
—¿Dónde está mi madre? ¿Dónde estoy? ¡Madre! ¡Aparece por favor! No te veo. No me veo…
Percibo su miedo, escucho como cae su pequeño cuerpo al suelo, no necesito verla para saber que ha envuelto sus brazos en sus rodillas para escudarse mientras llora.
Lágrimas de impotencia caen y queman mis mejillas, inundando mis ojos, nublando mi vista. Solo puedo escuchar sus sollozos llenando la habitación. Mi corazón ya está roto, solo queda dolor. Lo único que puedo hacer es tomar su pequeño cuerpo tembloroso, invisible, y ruego piedad silenciosa; ruego por posibilidades. Una historia diferente. Ingenua yo, por pensar que por tener conocimiento en el material podría salvaguardar su futuro. Comprendí lo que hacían hasta que la tela ya me envolvía sin retorno. Invisible hasta para tu propia hija. Pienso en el pasado, y me maldigo por no haber huido ese 16 de agosto del 2021. Esto NO estaba escrito, esto NO eran sus palabras; esto es cruel y extremo.
Prometieron que al volver al poder sería diferente para nosotras, no peor.
…
Ahora en el centro de la habitación bajo una tecnología para desaparecerlas madre e hija lloran por diferentes razones; una llora por miedo al hecho y la otra porque sabe lo que tendrá que afrontar sola su pequeña a partir de este momento siendo invisible por siempre a lado del hombre del fondo de la habitación.