El Violín de Vargas, música armada
Por Eduardo Sabugal

La película El Violín, del mexicano Francisco Vargas Quevedo, llegó a la cartelera comercial de Puebla en el 2006 y casi nadie la vio, prácticamente ningún medio (ni la radio ni la televisión) en Puebla la comentó. La película paradójicamente había tenido una corrida comercial exitosa en Francia, con más de 30 premios internacionales (premiada en Brasil, Grecia, India, Ecuador, y España) y tres Arieles en nuestro país. Aquel film de Vargas ha quedado en el olvido, a pesar de haber salido ya en DVD, no se programa ni en la televisión ni en cineclubes. En el 2013, sólo algunos escasos cinéfilos o estudiantes de cine, aún la recuerdan y comentan. Recuerdo que en aquel lejano 2006, después de su proyección, cuando empezaron a salir los créditos en la pantalla, una buena parte del público que ocupaba la sala aplaudió espontáneamente. Ese aplauso en plena sala de cine, fue una reacción en desuso y por lo mismo extraña, sin embargo reflejaba la extrema tensión con la que se asistía al cine nacional en aquel año electoral. La gente aplaudía porque finalmente veían una película mexicana que hablaba del México real, del México que otros cineastas han evadido deliberadamente.
Quizá películas posteriores como Miss Bala (Naranjo) y la reciente Heli (Amat Escalante) que han vuelto a poner el dedo en la llaga, han tenido una mejor recepción y un impacto más amplio, gracias a ese primer peldaño del nuevo realismo mexicano que significó El Violín. Harto de comedias urbanas, de guapos actores y de enredos de pareja, al espectador mexicano le estaba vedado ver en pantalla grande algo que realmente le tocara de cerca y le dijera cómo era, quién era, o cómo podría ser. El cerco informativo, la autocensura, el miedo a politizar lo que se supone está más allá de lo político (arte por el arte), habían sumido al público mexicano en una oscuridad miserable. Si uno admiraba Los olvidados de Buñuel o sufría levemente con Pedro Infante y Nosotros los pobres, era sólo para mirar de reojo el pasado petrificado. Pareciera que imágenes de la actualidad, imágenes de los verdaderos problemas políticos, económicos y sociales que desgarran el tejido social, fueran imposibles de ver en el cine actual. Por desgracia las pocas imágenes contemporáneas que muestra la televisión en evidente parcialidad sólo exhiben el país oficialista, el país que existe en la mente de reporteros vendidos y guionistas ramplones de telenovelas. Cuando Buñuel proyectó Los olvidados fue duramente criticado por mostrar según sus críticos, un México que no existía, fue acusado por deformar la alegre realidad mexicana. Sólo el paso del tiempo puso en su sitio aquella genial película. Con sólo veinte copias para su distribución, El Violín corrió el riesgo de ser poco vista en su país de origen y probablemente sea valorada hasta mucho tiempo después. En el extranjero esta valoración no esperó, la película ganó un galardón por mejor actuación en el Festival de Cine de Cannes y dos distinciones en el Festival de Cine de San Sebastián, que ayudaron a concluir su producción. En una suerte de cine itinerante el realizador Francisco Vargas llevó la cinta por todo el país incluyendo en su recorrido comunidades campesinas en algo que él ha llamado una gran “carreta cinematográfica”.
La dureza de la represión militar, el ataque a comunidades en resistencia, la batalla desigual entre la guerrilla y el Ejército, son temas que aborda Vargas sin rodeos ni concesiones. La secuencia inicial del film es la violación de una mujer por parte de un soldado; el público mexicano no puede asistir a esa toma sin tener en mente lo sucedido en Atenco o aquel caso de la anciana campesina Ernestina Ascensión, presuntamente violada por elementos del Ejército. Nunca se dice en qué lugar geográfico se encuentran situados los personajes pero bien pudiera ser Chiapas, Guerrero o Oaxaca. La solución narratológica y dramática es admirable, Vargas construye un personaje en apariencia débil y frágil, un anciano de ochenta años, violinista manco que tiene un hijo involucrado en la guerrilla (interpretado magistralmente por un actor no profesional, don Ángel Tavira).
Este violinista de nombre Plutarco sólo es vulnerable en apariencia, ignoramos su pasado y la forma en cómo perdió la mano, pero suponemos que en otros tiempos él también ha estado en una lucha armada. Con la ayuda de la música, teniendo como única arma su violín, Don Plutarco logra librar la vigilancia de algunos soldados y ganarse la confianza del Capitán encargado de combatir la guerrilla. Escudado en su supuesta fragilidad logra ayudar a los guerrilleros por algún tiempo. El desenlace es realista y por lo mismo cruel, sin inverosimilitudes heroicas; los rebeldes son capturados y torturados, las mujeres violadas. A pesar del realismo histórico (hay que recordar la muerte de Jaramillo, de Lucio Cabañas, de Genaro Vázquez) el film deja entrever una esperanza en el nieto de Plutarco, un niño que sigue andando los solitarios caminos con una guitarra al hombro, una compañera, y una pistola en la cintura, prometiendo ser como dice uno de los personajes, “más cabrón” que su padre y su abuelo.